lunes, 18 de julio de 2011

La escuela (I)

El motivo por el que estamos aquí y el centro de actividad en nuestra rutina. Describirla con palabras correctamente para que ustedes puedan comprender lo que experimentamos, lo que vemos cada día, lo que sentimos… es muy complicado. Porque las palabras van irremediablemente asociadas a esos significados que conocemos, y que se forman en relación a las vivencias. Y, aunque utilicemos palabras que compartimos (significantes), porque es la única manera que tenemos de comunicarnos, el significado al que nos referimos es diferente, distinto a todo lo que hasta ahora, al menos nosotras, conocíamos. La realidad que estamos experimentando es inédita, y, por lo tanto, su representación. Pero vamos a intentarlo.

Nosotras nos hospedamos en lo que vendría siendo el centro neurálgico del pueblo. Siguiendo esa calle principal, en menos de diez minutos encontramos, a la izquierda, un pórtico con un gran cartel que anuncia la escuela especial para ciegos. La organización de la escuela es un poco caótica, todavía no terminamos de entenderla del todo. Sabemos que acuden futuros maestros a formarse, que hay aulas “ordinarias” para lo que vendría siendo Primaria y aulas para la educación de niños ciegos. Además es un internado, con pabellones para los alumnos que se quedan (durante el curso escolar todos los niños ciegos, en periodo vacacional, muchos). En resumen, podríamos definirlo como un “Centro de Exclusión Preferente de Ciegos”.

Es difícil describir el aspecto que presenta todo esto. El terreno que ocupa la escuela es extenso, las infraestructuras, como tales, no son malas. Pero están tan mal cuidadas y desatendidas que no cubren ni necesidades básicas. La organización interna también parece dejar mucho que desear. Da la sensación de que se puede hacer mucho más con el presupuesto del que disponen sólo con una gestión un poco mejor.

Las personas que nos encontramos (profesores, algunos trabajadores…), por lo general, son absolutamente hospitalarias y encantadoras con nosotras. Todo el mundo se para a hablarnos, a interesarse por nuestra estancia, nos dedican algún guiño cuando nombramos nuestra procedencia (normalmente relacionado con el fútbol) y nos sonríen. Sobre todo, nos sonríen.

En cuanto a los niños, para nosotras, ellos son el alma de la escuela, el alma del lugar, el alma del país y el alma del mundo. Han conseguido también invadir y ocupar nuestras almas. Estos niños que, en muchos casos, han sido elegidos para una doble injusticia; la que les llegó desde la naturaleza y a la que les condena la sociedad en la que están, estos niños, a los que les falta todo, no protestan, no se quejan, no piden, no exigen. Sólo dan, regalan. Te regalan el saludo desde el primer día, las palabras en español que aprenden, los gestos de agradecimiento, los gestos de cariño, el entusiasmo ante lo corriente, porque para ellos es extraordinario, las risas… y las sonrisas, sus sonrisas.

Por eso, a pesar de las dificultades y de todo lo que ustedes quieran o puedan imaginar, venimos cada día a la escuela contentísimas y agradecidas de poder compartir este tiempo con estas asombrosas, sorprendentes y maravillosas personitas.
Simon y Jemal nos hicieron compañía toda la tarde